EL
DERECHO DE PROPIEDAD
Ricardo
Flores Magón
Entre
todos los absurdos que la humanidad venera, éste es uno de los más grandes y es
uno de los más venerados. El derecho de propiedad es antiquísimo, tan antiguo
como la estupidez y la ceguedad de los hombres; pero la sola antigüedad de un
derecho no puede darle el derecho de sobrevivir. Si es un derecho absurdo, hay
que acabar con él no importando que haya nacido cuando la humanidad cubría sus
desnudeces con las pieles de los animales.
El
derecho de propiedad es un derecho absurdo porque tuvo por origen el crimen, el
fraude, el abuso de la fuerza. En un principio no existía el derecho de
propiedad territorial de un solo individuo. Las tierras eran trabajadas en
común, los bosques surtían de leña a los hogares de todos, las cosechas se
repartían a los miembros de la comunidad según sus necesidades. Ejemplos de
esta naturaleza pueden verse todavía en algunas tribus primitivas, y aun en
México floreció esta costumbre entre las comunidades indígenas en la época de la
dominación española, y vivió hasta hace relativamente pocos años, siendo la
causa de la guerra del Yaqui en Sonora y de los mayas en Yucatán, el acto
atentatorio del despotismo de arrebatarles las tierras a esas tribus indígenas,
tierras que cultivaban en común desde hacía siglos.
El
derecho de propiedad territorial de un solo individuo nació con el atentado del
primer ambicioso que llevó la guerra a una tribu vecina para someterla a la
servidumbre, quedando la tierra que esa tribu cultivaba en común, en poder del
conquistador y de sus capitanes. Así por medio de la violencia; por medio del
abuso de la fuerza, nació la propiedad territorial privada. El agio, el fraude,
el robo más o menos legal, pero de todos modos robo, son otros tantos orígenes
de la propiedad territorial privada. Después, una vez tomada la tierra por los
primeros ladrones, hicieron leyes ellos mismos para defender lo que llamaron y
llaman aún en este siglo su derecho, esto es, la facultad que ellos mismos se
dieron de usar las tierras que habían robado
y disfrutar del producto de ellas sin que nadie los molestase.
Hay
que fijarse bien que no fueron los despojados los que dieron a esos ladrones el
derecho de propiedad de las tierras; no fue el pueblo de ningún país quien les dio
la facultad de apropiarse de ese bien natural, al que todos los seres humanos
tenemos derecho. Fueron los ladrones mismos quienes, amparados por la fuerza,
escribieron la ley que debería proteger sus crímenes y tener a raya a los
despojados de posibles reivindicaciones. Este llamado derecho se ha venido
trasmitiendo de padres a hijos por medio de la herencia, con lo que el bien,
que debería ser común, ha quedado a la disposición de una casta social solamente
con notorio perjuicio del resto de la humanidad, cuyos miembros vinieron a la vida
cuando ya la tierra estaba repartida entre unos cuantos haraganes.
El
origen de la propiedad territorial ha sido la violencia, por la violencia se
sostiene aún; pues que si algún hombre quiere usar un pedazo de tierra sin el
consentimiento del llamado dueño, tiene que ir a la cárcel, custodiado
precisamente por los esbirros que están mantenidos, no por los dueños de las
tierras, sino por el pueblo trabajador, pues aunque las contribuciones salen
aparentemente de los cofres de los ricos, éstos se dan buena maña para
reembolsarse el dinero pagando salarios de hambre a los obreros o vendiéndoles los
artículos de primera necesidad alto precio. Así, pues, el pueblo, con su
trabajo, sostiene a los esbirros que le privan de tomar lo que le pertenece.
Y si éste es el origen de la propiedad
territorial, si el derecho de propiedad no es sino la consagración legal del
crimen, solamente han conocido el sistema capitalista en que cada ser humano
tiene que competir con los demás para llevarse a la boca un pedazo de pan. No
tiranizaban los fuertes a los débiles, como ocurre bajo la civilización
capitalista, en que los más bribones, los más codiciosos y los más listos
tienen dominados a los honrados y los buenos. Todos eran hermanos en esas comunidades.
Todos se ayudaban, y sintiéndose todos iguales, como lo eran realmente. No
necesitaban que la autoridad alguna vez
velase por los intereses de los que tenían, temiendo posibles asaltos de los
que no tenían. En estos momentos ¿para qué necesitan gobierno las comunidades
del Yanqui, de Durango, del sur de México y de tantas otras regiones que han tomado, en que se consideran iguales, con el
mismo derecho a la madre Tierra? No necesitan de un jefe que proteja
privilegios en contra de los que no tienen, pues todos son privilegiados.
Desengañémonos, proletarios; el gobierno solamente debe existir cuando hay
desigualdad económica. Adoptar, pues, todos, como guía moral, el Manifestó del
23 de septiembre de 1911.
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